22 de febrero de 2022

“Nos falta humanizar la educación”

Ester Magrià es profesora, pedagoga y madre de trillizos. Esto último la llevó a replantearse la forma de enseñar en la escuela, ya que observó cómo sus hijos, con todo lo que tenían en común, aprendían de forma y a ritmos diferentes.

En su escuela están inmersos en un proceso de transformación, con el objetivo de “pasar de la teoría de la enseñanza a la teoría del aprendizaje”. ¿Qué significa?

Significa que el centro del aprendizaje es el niño/a y no el profesor/a como hasta ahora. Por ese motivo es necesario cambiar las perspectivas y modificar nuestra mirada. Hace falta fijarnos en el proceso de aprendizaje y no tanto en el resultado.

Significa también una escuela de todos/as y para todos/as. No solo para el alumnado que tiene facilidad en la parte memorística.
El paso por la escuela ha de ser significativo, vivencial y sobre todo un espacio relacional. Necesitamos personas con espíritu crítico, capaces de transformar el mundo. Con capacidad creativa, habilidad para trabajar en equipo y estrategias resilientes para gestionar su bienestar emocional y que sean capaces de resolver sus dificultades y transformarlas en oportunidades.

Si nos colocamos en la teoría de la enseñanza, el maestro tiene el conocimiento y lo traslada al alumnado. Si nos colocamos en la teoría del aprendizaje, el maestro cree en las capacidades del alumnado y necesita observar para averiguar cuáles son sus conocimientos previos, sus intereses y necesidades, y a partir de ahí ofrecer las estrategias y recursos necesarios para que cada uno avance a su ritmo. ¡Pero que todos/as avancen!

¿Cómo debe ser una escuela que tenga en cuenta la diversidad de los alumnos?

¡Abierta de miras, sin duda! Que crea que los cambios son buenos y que ayudan a mejorar. Sin miedo a lo desconocido, sin prejuicios ni lecciones de moralidad.
Si damos importancia al espacio y a la diversidad de propuestas, si no etiquetamos ni estigmatizamos, no hace falta hablar de diversidad, ya que vivimos en ella. El mundo es diverso y es una suerte que así sea. Si no, sería muy aburrido.

Cuando creamos unos patrones cerrados nos hace falta utilizar la palabra diversidad para poder argumentar que hay alumnos que necesitan adaptaciones; los famosos planes individualizados. Cuando, en realidad, también deberíamos analizar nuestra práctica educativa. Si se diera más importancia a la persona, a la escucha activa, a las tutorías y al bienestar emocional no estaría tan de moda la palabra diversidad.

Por otro lado, el espacio es un agente educativo y la mayoría de veces se pasa por alto.
Se habla de la DUA (Diseño Universal del Aprendizaje), la cual parte de un estudio realizado por arquitectos. Dicho a groso modo se resumiría en que para subir al primer piso tienes distintas opciones: el ascensor, la rampa o las escaleras. Todos llegarán al primer piso, pero según sus necesidades e intereses. Cada uno escoge el que prefiere.

Volviendo a la teoría del aprendizaje versus enseñanza, desde una visión de aprendizaje prepararé distintas formas de llegar, sin señalar quién ha de subir por cada lugar. Solo observaré cómo suben y daré indicaciones necesarias cuando sean precisas.
Si observo desde la teoría de la enseñanza, yo como docente decido cómo subir y a los que no llegan les hago adaptaciones, formas alternativas para hacerlo.
Y no se trata de facilitar el camino, se trata de ser consciente de cómo llegar. No el docente, sino el discente, ya que él es el protagonista de su aprendizaje.

¿Cuáles son las principales dificultades que se encuentran para aplicar este modelo?

Las creencias culturales y la presión social. Dicen que reproducimos aquello que sabemos y la escuela es un claro ejemplo. Por otro lado, las dudas y los miedos. Todos pasamos por la escuela y nos amoldamos a su sistema: callar hasta que te den la palabra; escuchar al profesor; estudiar para sacar buenas notas; cuantos más deberes mejor… En definitiva, absorber conocimientos conceptuales para sacar buenas notas y tener un futuro prometedor. ¿Pero es así?

Contaré mi ejemplo. Según mis profesoras, yo no iba a llegar lejos. Actualmente, tengo dos carreras universitarias y postgrados, cursos, titulaciones… ¿Qué pasó? En aquel momento, nadie me miró a los ojos y me dijo que creía en mí, que yo podía. Hasta la adolescencia, tuve la creencia de que yo no era capaz y fue una compañera de trabajo la que me dijo que tenía un don especial con los niños y niñas. Y después de muchos años, me lo creí. Creí en mí.

Es tan importante creer en uno mismo…

Y ahí está la parte más difícil; creer en nosotros mismos. Los docentes deben creer que los cambios son buenos, reflexionar y formarse. Las familias deben creer en los docentes, que por alguna cosa son profesionales de la educación. Los niños y niñas deben seguir luchando para hacer oír su voz. Las inspecciones deben reforzar, apoyar las iniciativas de cambio; menos burocracia administrativa y más reflexión conjunta. Y en la universidad, menos despacho y más visitas a las escuelas. Nos necesitamos unos a otros, no desde el recelo, sino desde la confianza y el respeto mutuo. Nadie es más que nadie, somos diferentes y aquí está la riqueza. Nos falta humanizar la educación.

Resulta difícil y agotador promover el cambio con personas que se aferran al pasado y juegan con el miedo como aliado. No hay recetas mágicas, pero sí constancia y esperanza.
Necesitamos personas comprometidas con la educación, apasionadas y con ganas de transformar y no de reproducir patrones. Y, sobre todo, menos ego y más trabajo en equipo. Y divulgación, a veces damos por sentado que la sociedad ya sabe lo que hacemos en las escuelas y no es así.

¿Qué metodologías funcionan mejor para atender los diferentes ritmos de aprendizaje?

El trabajo cooperativo engloba muchas habilidades, como el respeto, la espera, darse cuenta de que todos/as tenemos un potencial distinto… Está demostrado que nuestro cerebro es social. Es decir, aprendemos más y mejor compartiendo.
Por ejemplo, para hacer una tortilla de patatas, tan necesario es saber la receta como tener la habilidad de llevarla a cabo. Y tan necesario es saber escoger buenos ingredientes como tener limpios los utensilios. Y tan importantes son los ingredientes principales como el toque de sal, el chorrito de aceite… Es mucho más que saber la receta.

¿Qué sería respetar los ritmos desde una perspectiva de trabajo cooperativo? Pues uno trae la receta, el otro la hace, uno compra los ingredientes y otro los revisa. ¿Un trabajo es mejor que el otro? Desde mi punto de vista todos ellos se necesitan.

Necesitamos aceptarnos unos a otros, sin rivalidad ni envidias, sino respetando nuestras diferencias y queriendo aprender de ellas desde el respeto. Respetando ritmos de aprendizaje y sumando para llegar más lejos juntos. Todo el mundo tiene talentos por descubrir, la cuestión es descubrirlos.

¿Cómo es la evaluación en este contexto educativo?

La evaluación tiene un papel fundamental y relevante, quizás uno de los más importantes. Pero primero hace falta que ampliemos el concepto que tenemos de evaluación. Ha de ser entendida como un proceso de aprendizaje. Equivocarse es necesario para avanzar y mejorar, por lo tanto, hay que promoverlo y no sancionarlo.

Os pondré un ejemplo metafórico que a mi me sirvió para tener una visión clara. El proceso de evaluación es como un GPS, tú has de saber de donde sales, el punto de inicio (esto serían los conocimientos previos) y donde quieres llegar, el destino (esto sería el objetivo de aprendizaje). Pues bien, el GPS marca un camino (sería la planificación didáctica) pero cuando te equivocas recalcula la ruta, no te suspende (esto sería el acompañamiento, respetar ritmos, diversidad…). La evaluación permite recalcular rutas, es decir, ofrecer a cada persona las estrategias que necesite, ya que lo que importa es llegar (cada uno a su ritmo y según sus necesidades). A veces estamos distraídos y giramos antes de llegar, a veces hay obras en la carretera y nos tenemos que desviar, nos podemos encontrar una manifestación o un animal en la carretera… Pero lo importante es encontrar soluciones para llegar. Pues la evaluación sirve para llegar a nuestro objetivo de aprendizaje.

Puede haber dos maneras de interpretar la evaluación: desde la justicia o desde la jardinería.

¿Qué quiere decir?

Me explico. La evaluación sirve para cuidar, para poder ver qué se necesita en cada momento. Pero al final hace falta cualificar, poner una nota, ser juez/a. Cuanto más me esfuerce en ejercer mis dotes de jardinería, menos preocupante será mi papel de juez/a. La clave está en la jardinería, en la cantidad de agua, el abono necesario, el tipo de tierra, el sol, la sombra… Como docentes tenemos que poner la mirada en el recorrido, en recalcular las veces que haga falta y no ofuscarse en el destino. El destino es el juicio, pero por delante tenemos mucho trabajo de jardinería.

Y por último dar importancia a la parte social, es decir, si el cerebro es social la evaluación ha de ser social. Evaluarnos unos a otros y autoevaluarnos, teniendo en cuenta que la clave está en el feedback.
La evaluación engloba un todo: el rol del docente, los materiales, el espacio… no solo los resultados académicos por parte del alumnado. Por lo tanto, es indispensable tener espacios para la observación, para recoger datos que después se puedan compartir y permitan tomar decisiones.

¿Cómo reaccionan los alumnos ante esta nueva forma de aprender? ¿Influye en su motivación?

Su cara de felicidad no tiene precio: las sonrisas, la confianza, el vínculo, los ojos abiertos y el cuerpo relajado.

Desde la teoría de la enseñanza los niños y niñas apagaban el interruptor de la espontaneidad y se apagaba la ilusión para acceder a la conformidad y sumisión. Por lo tanto, el alumnado entendido académicamente como brillante destacaba y el resto dejaba de brillar. Pero el alumnado sin luz continuaba intentando poner una bombilla que en su lámpara no encajaba. Llegado a este punto, se produce frustración y abandono. Por eso me gusta corregir a las personas que hablan de fracaso escolar, pues se trata más bien de un fracaso educativo provocado por la reproducción de estereotipos y la necesidad de poder.

Si nos situamos en la importancia del bienestar emocional, partimos del alumno/a como protagonista de sus aprendizajes, se respeta su ritmo y se le valoran sus diferencias, se le acompaña en su proceso de aprendizaje partiendo de sus conocimientos previos y se le ofrecen estrategias para avanzar. ¿Cómo estará su motivación? Si se le proponen actividades que le representen un esfuerzo alcanzable, ¿cuál será su grado de satisfacción? Creo que está claro.

¿Qué consejo le daría a los profesores que apuestan por este modelo de educación y tienen dificultades para aplicarlo?

Mucha paciencia. Pero, sobre todo, recomiendo mirar a los ojos de los niños/as, escucharlos con atención y creer en ellos/as. Son maravillosos/as.

Muchas veces me recuerdo a mi misma por qué quise ser maestra. Y esto me reorienta en momentos de tempestad.
También me da fuerza la formación, ya que asistir a postgrados, conferencias, cursos… me reafirma y vuelve a dar sentido a mi profesión.

Creo que debemos ayudarnos más y criticarnos menos. El trabajo cooperativo y altruista es la mayor fuente de placer para el bienestar de nuestro cerebro. Cuando os sintáis perdidos recordad la cara de los alumnos, que con su silencio dicen “gracias por creer en mí y dejarme aprender por mí mismo”.

Y recordad que las familias son nuestras grandes aliadas. Vamos a escucharlas, porque al final todos somos personas y se trata de compartir para mejorar y transformar.

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