27 de marzo de 2020

«Jugar es una actitud vital; asumir retos, abrazar la incertidumbre, vivir en el presente, tomar decisiones, arriesgarte y permitirte equivocarte.»»

En 1995 Imma Marín emprendió un proyecto en el que desarrolló su verdadera pasión: la educación a través del juego. Marinva es una empresa especializada en el diseño y la realización de proyectos comunicativos, dinamizadores, así como de formación y ocio donde el juego tiene un papel destacado. Han pasado 25 años y ese proyecto que es Marinva hoy en día es más relevante que nunca. El mundo empresarial y el mundo educativo (tanto en casa como en la escuela) se han sensibilizado con el paso de los años acerca de la importancia del juego como expresión y como herramienta fundamental para el aprendizaje.

 

Este 2020 se cumplen 25 años de Marinva. ¿Como te sientes echando la vista a tras?

Pues te mentiría si no te dijera que me siento satisfecha, muy satisfecha. Marinva es un sueño con 25 años de vida, una apuesta, hecha con mucha ilusión que se ha hecho realidad. Y en un camino que no ha sido siempre fácil,  porque en estos 25 años hemos vivido un tiovivo, especialmente en los últimos 10 con las incertidumbres, la crisis, etc. Que nos encontremos donde estamos, tras todo esto, es un éxito y una gran satisfacción personal.

También me siento retada por los próximos 10, 20, 25 años que puedan venir, venga quien venga detrás de mí, por poder estar a la altura y continuar poniendo juego a la vida, que es la misión de Marinva; el convencimiento de que el juego, la capacidad lúdica, nos hace mejores personas y organizaciones.

¿Crees por tanto que aún hay recorrido?

Hay muchísimo todavía, a la humanidad le hace mucha falta recuperar y reconectar con el niño y la niña que fue.

Tener niños cerca te ayuda, sobre todo si estas predispuesto a mantener esa inocencia, esa ilusión, esa capacidad de asombro. Esa curiosidad, ese estar en el presente.  Fíjate que los adultos siempre estamos en el pasado o en el futuro, y los niños, en cambio, viven siempre en el presente.

Son como el rio, el río siempre tiene agua, pero el agua que pasa nunca es la misma.

Una de las cosas que más me satisface es que, en estos 25 años, hemos ido consiguiendo un reto que me puse a mí misma. Marinva nació vinculada a la escuela y al mundo de la infancia. Yo fui maestra de formación, vengo del movimiento del tiempo libre y ahí me formé como educadora y intuí los poderes del juego en el aprendizaje. Pero estaba convencida de que jugar no era sólo cosa de niños y que esos poderes se mantenían a lo largo de toda la vida. Cuando fundé Marinva quise juntar todos esos poderes del juego y llevarlos al mundo de los adultos y de la empresa. En estos momentos estamos donde queríamos.

Estamos en el mundo de la educación, pero también llevándolo mucho al mundo de la empresa, poniendo juego a las formaciones corporativas, a las mejoras de la comunicación interna. Evidenciando los poderes del juego y entrenando la actitud lúdica de las organizaciones.

¿Hubo reticencias cuando se inició el proyecto por parte de las empresas? ¿Ha cambiado con el paso de los años?

Ha habido una evolución grande en el mundo de la empresa, antes decías juego y no querían saber nada. La palabra “juego” les hacía salir corriendo.

Alguna incluso que nos había encargado alguna dinámica lúdica nos pedía por favor que no pusiésemos la palabra juego en la factura.

Se asociaba mucho a actividades para sacarlos del día a día, que se refrescaran, motivarlos y ya está. Nosotros queríamos ir más lejos, había campos más profundos en los que el juego podía hacer grandes aportaciones. En el proceso lúdico, el juego s el primer paso porque nos permite la vivencia y la emoción, pero hace falta un segundo paso que es la reflexión, en donde también la emoción tiene su papel. Es el momento en que haces consciente tus descubrimientos y emociones y tu aprendizaje, para llegar al tercer paso, que es la transferencia a tu vida cotidiana. En eso consiste la metodología lúdica. Y en entender eso, la empresa, por suerte, ha  cambiado mucho. También han contribuido conceptos como “serious games” y por supuesto “gamification”.

¿Y la sociedad en general actual también conecta más con ello?

Hay más personas sensibles y más mente abierta, pero hay camino por recorrer. Cuando voy a empresas, escuelas o familias, les propongo una meditación guiada en dónde les llevo a su infancia. Después les pido que compartan en una palabra la vivencia de ese recuerdo. La palabra que sale primero es nostalgia. Un concepto que tiene dos vertientes; si la palabra nostalgia se refiere a aquel lugar o aquella persona que ya no está,  es una cosa. Pero si la nostalgia es porque ya no tenemos aquella emoción del jugar, la sensación de libertad, de empatía, de gozo, entonces tenemos un problema. Esa es la mala noticia. La buena, es que tiene solución… si queremos.

Aun hay gente que dice “a mi no me gusta jugar” o que se sienten incómodos delante del juego. Permitirte jugar, sobre todo en el mundo adulto, está relacionado con la capacidad que tengas de sentirte libre, de disfrutar del presente, de abrazar la incertidumbre. La capacidad que tengas de asombrarte, de plantearte la vida como retos y el nivel de confianza que se cree. Si tienes esas capacidades poco engrasadas, jugar te es muy difícil. O quizás no te gustan los juegos, pero te gusta bailar o cantar o la fotografía o componer… esas son también actividades lúdicas de la edad adulta. Otras maneras de jugar.

Tenemos muchas oportunidades de mejora como sociedad. No se trata solo de coger unas cartas y unos dados y ponerte a jugar. Se trata de mantener ese espíritu, esa actitud vital que pones en marcha cuando juegas; asumir retos, abrazar la incertidumbre, vivir en el presente, tomar decisiones, arriesgarte y permitirte equivocarte (en el juego, el error forma parte del proceso), tratar los objetos y las ideas de manera no convencional, disfrutar de la belleza. Aceptar que pierdes una partida, que por tanto te has equivocado en jugar tus cartas y dices “¡venga va otra partida!” en vez de hundirte en la miseria.

Cuando eres capaz de aplicar esa actitud en tu día a día entonces hemos conseguido un logro. Por eso desde ese punto de vista, la sociedad esta más abierta hoy en día a recorrer ese camino, pero aún le falta recorrerlo.

Trasladándonos ahora al mundo escolar en concreto ¿Qué papel tiene el juego propio que cada niño/a aporta al aula y al patio?

El patio es vivido todavía por demasiadas escuelas, más como una amenaza que como una oportunidad. En un reciente estudio IPA (International Play Association) se evidenciaba que, en prácticamente todas las escuelas, existe una normativa escrita o no escrita de los patios. Y esa normativa está siempre expresada en negativo. Son medidas restrictivas (no se puede jugar a pelota, no se pueda traer juguetes de casa…)

Son restrictivas y pensadas desde un punto de vista práctico. Puede ser práctico organizativo: no mezclamos niños mayores y pequeños, o que toca clase de deporte a unas horas y no se puede utilizar el patio. O bien son criterios prácticos que evitan conflictos: no se llevan juegos de casa porque si no los niños se pelean y así “muerto el perro muerta la rabia” que diría mi abuela. Pero pocas veces esas normas están construidas y consensuadas con la participación de los niños y pocas veces esas normas están pensadas en positivo y para generar y aprovechar oportunidades educativas.

Si la forma que tenemos para educar los niños en el conflicto es evitar el conflicto, no vamos bien. Evitando los conflictos no los ayudamos a gestionar estas situaciones. Es importante que los niños aprendan a crear sus normas. Si los niños pierden, les quitan sus cosas, o se pelean por los juguetes, hemos de ver con ellos que hacer para que esto no suceda.  Hemos de ver como lo regulamos para ellos y con ellos. Eso es educar.

Y por lo que respecta al papel de la tecnología en su vida, tanto en casa como en el aula ¿Existe un equilibrio sano y virtuoso entre aprendizaje, juego y tecnología?

Creo que hoy por hoy no lo hay, todavía. Existe un uso un poco descerebrado de la tecnología y cumple el papel que para los hijos de generaciones anteriores fue la televisión; la niñera, pero mucho más adictiva y omnipresente.

Ahora la niñera es el móvil. Niños de 2 años utilizan el móvil de sus padres para entretenerse. Hay un uso exagerado y poco controlado a una edad que es difícil tener autocontrol. Para los adultos el autocontrol ya es difícil; miramos el móvil estando en una reunión pendientes de si hemos recibido o no un mensaje. Imagínate los niños, aún hay mucho que mejorar con los adultos para poder ser ejemplo de nuestros hijos.

En el mundo de la escuela, por su parte, hay cierto desconcierto, se ha asociado tecnología con modernidad. Lo cual choca con el mundo de la pediatría, neurología o de la psicología, donde dicen que hasta los 6 años no haría falta que los niños estuvieran introducidos en tecnología con pantallas. A apretar botones y correr la pantalla no hace falta que les enseñemos, ya saben hacerlo solos. A tener criterio de uso, de autocontrol sí que hace falta. A los 3-4 años los niños tienen muy poco autocontrol. Por tanto, si el uso de la tecnología está realmente enraizado con el proyecto educativo quizás pueda tener sentido. Pero lamentablemente no suele ser así, si no que se suelen hacerse actividades con tecnología a petición de los padres o porque por el hecho de tenerlo da caché.

¿Entonces todavía hay lugar en el aula para los soportes y herramientas físicas más convencionales?

Hasta los 6 años el aprendizaje es sensorial (manos, ojos, oídos, tacto…), entra por los sentidos y el razonamiento es básico. Me explico, no tiene ningún sentido hacer un proyecto sobre el agua y que los niños no se hayan mojado debajo de la lluvia o jugado entre los charcos. El aprendizaje es sobre todo vivencial, y en las primeras edades esa vivencia es sensorial.

Tocar la arena, las ceras a la hora de pintar, coger un papel, moldearlo, arrugarlo… Hacer construcciones, sopesar la forma, la medida, el peso de cada pieza,  todo eso tiene un valor intrínseco para el aprendizaje de los niños descomunal.

Poco a poco, al crecer, va apareciendo el razonamiento primero concreto y luego cada vez más abstracto, y es ahí cuando la tecnología va tomando su relevancia aportando más valor.

¿Y en esas etapas más avanzadas ayuda el seguir contando con esas herramientas convencionales?

Cada vez es más importante el aprender haciendo (learning by doing y learning by play). No puede ser todo papel, ni todo vídeo. Cuanto más mayor me haga más necesitaré conocer posibilidades diferentes. Pero las primeras opciones han de ser muy físicas y concretas. Los papeles, las libretas, colores, especialmente si esas libretas además incorporan cosas como la pizarra al final de la libreta donde puedes escribir y borrar. Ese papel, esos lápices y esos rotuladores, las tizas gordas de colores,  van a hacer falta siempre.

Por mucho que avance la tecnología, no es lo mismo tocar un color en una pantalla y que se tiña la pantalla de color, que coger un pincel o poner las manos y los dedos llenos de pintura para jugar con esa pintura, para descubrir las posibilidades de los colores.

Hoy en día, por ejemplo en la comida, se habla de que los niños toquen la comida, jueguen con la comida, porque el tocar y saborear la comida crea una emoción que vincula de una manera positiva con el alimento, muy diferente a tocar un botón en una pantalla.

Además, este juego sensorial, es algo que no se recupera. Si nunca he tenido una tablet y a los 8 años me dan una, en 2 días seré un as de la tablet. Pero si hasta los 8 años no me han dado papel y colores para ensuciarme con ellos, a los 8 años me será muy difícil disfrutar con ellos y me habré perdido la experiencia de descubrimiento de los 3, los 4 los 5 años. Dejemos a cada edad su juego. Sin prisas, dejándoles disfrutar de la infancia y a nosotros con ellos.

 

 

 

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