15 de junio de 2021

“Debemos abrir la escuela a la vida sin más demora”

Ana María González Herrera es maestra de infantil y primaria. Tiene más de 25 años de experiencia trabajando en la escuela pública. Escritora de literatura infantil y articulista. Creadora del movimiento de oposiciones vitales y cofundadora de AdoptaUnMaestro. Finalista en varias ediciones de los premios Educa Abanca, fue la 2ª clasificada en la categoría de Infantil en 2020.

Se define como una profesora “nada tradicional”. ¿Por qué lo dice?

Me defino como una maestra poco tradicional porque huyo de la disciplina excesiva, de las tareas aburridas, mecanizadas o copiosas y porque creo firmemente en que la ilusión, el ruido, la alegría, el movimiento, la música, el descubrimiento, el cuerpo a cuerpo y una escuela viva y que te sorprenda cada día, es la escuela que nos formará por y para la vida. Es fundamental que los niños y niñas vengan cada día a la escuela sabiendo que les vamos a sorprender, que se van a divertir y que el juego es su medio natural e intrínseco de desarrollarse y aprender significativamente.

En ese contexto, ¿cuál es su papel como profesora?

Mi papel es el de acompañante de esa ilusión y de esa magia, a través de todos los recursos y medios que estoy obligada a poner a disposición de mi alumnado. Mi compromiso con la infancia y con su mirada, así como con sus intereses, me lleva a entender que tenemos que aprender juntos, caminar en compañía y dejar atrás conceptos arbitrarios y centrados en lo cognitivo. Es muy importante abordar aspectos como las emociones, el funcionamiento del cerebro, la disciplina positiva y proyectar, sacar hacia afuera, todos los talentos que de manera innata traemos de serie .
El futuro son esos niños y niñas que nos piden un cambio sustancial, un cambio de mirada y una revolución educativa inminente.
Con esto no trato de desprestigiar aquellos aspectos tradicionales que hayan tenido éxito educativo, pero de lo que sí estoy segura es de que debemos adaptarnos a los tiempos en que vivimos y, más aún, al tipo de alumnado que acude a nuestra clase y que merece nuestra mejor versión.

Esta manera de entender la escuela le ha traído algunos problemas… ¿Por qué?

Cuando te sales de la norma, te encuentras con barreras que dificultan el camino y hacen más complicada la tarea docente. A veces, no entienden mi manera de sentir, de vivir y de abordar, así como de gestionar la práctica educativa. Lo fácil es lo que hacemos siempre, a lo que estamos acostumbrados. Pero la costumbre puede ser muy peligrosa y dañina.
Decía un amigo mío que “cuando hacemos cosas diferentes y revolucionarias constantemente, estamos poniendo en evidencia a aquellas personas que prefieren mantenerse en su zona de confort, convirtiéndonos en enemigos sin razón o causa aparente”.
Me veo inmersa en muchas ocasiones en conflictos generados por la falta de respeto a otra manera de vivir la escuela. Afortunadamente, la pasión por la enseñanza y, especialmente, el amor incondicional a la infancia, lo pueden todo.

¿Cómo lo ha gestionado?

Al principio, gestionar el rechazo y la crítica destructiva es complicado y genera frustración y dolor, pero terminas entendiendo que te refuerza y te empuja en cierto sentido a seguir creciendo, a seguir rompiendo estereotipos. Aprendes a enfrentar de forma constructiva los obstáculos que vas encontrando, a que no te afecten de manera negativa, ni mermen tus principios. Fundamentalmente, generas más entusiasmo si cabe, más ilusión y más ganas de superación.
La inteligencia emocional juega un papel muy importante en este proceso de gestión. Saber cómo te sientes, dónde colocar esa emoción y trabajar para superar y, a veces, aceptar los acontecimientos, nos ayuda a avanzar, a crecer y a entender que no todos tenemos ni debemos ser iguales.
Lo fácil sería dejarme vencer, pero no puedo permitírmelo, me debo a la infancia.

¿Qué le diría a otros profesores que se encuentren en esa situación?

Siempre digo que los maestros debemos ser valientes, guerreros y tener claro que nuestro compromiso es con los niños y las niñas. Estamos obligados a enfrentar los miedos y los rechazos y a seguir luchando por empoderarnos y cambiar muchas cosas que hay que mejorar.
Hay algo que me define y es la ilusión; esa energía que mueve mi pasión por mi profesión y por lo que hago cada día. Afortunadamente, siempre está presente y me empuja a seguir y a no rendirme.
Nuestros niños y niñas se miran en nuestro espejo y queremos que vean autenticidad, valentía, lucha, entrega, honestidad y sobre todo ejemplo.

¿Cree que es necesario cambiar el sistema educativo actual?

Estoy absolutamente convencida. Estamos en un sistema arcaico, que no se ajusta al alumnado al que va destinado.

¿Qué cambios son necesarios?

Necesitamos un cambio desde la base y eso implica preparar desde la facultad de Ciencias de la Educación a aquellas personas que de verdad quieran ser maestros. Deben asumir que no solo importa la vocación, sino la constancia, la perseverancia, la formación constante, la entrega y partir de la pedagogía del ser, de la pedagogía del corazón.

A los docentes en activo habría que implicarles en planes de formación que recojan las verdaderas necesidades de la sociedad actual, ofrecerles recursos y espacios que potencien y favorezcan que las experiencias de aprendizaje sean exitosas y sobre todo, debemos rebajar el nivel burocrático al que el profesorado está sometido.

También es muy necesaria la inversión económica en infraestructuras y en proyectos. Rompería muchas barreras sociales que todavía existen. Si invertimos en educación, estamos invirtiendo en futuro.

¿Y en cuanto a metodologías?

Es muy importante entender que debemos ponernos a la altura de los ojos de los niños y de las niñas para entenderles, para aprenderles y para caminar juntos, construyendo un lugar mejor en el que convivir. Debemos abrir la escuela a la vida sin más demora porque todo está conectado. Hablamos de sociedad global y los sometemos a fragmentar su realidad en asignaturas, áreas y tramos horarios que no se ajustan a tal concepto social.
Debemos romper con la obsesión de centrarnos en lo puramente cognitivo, olvidando la amplitud de posibilidades que tienen nuestros alumnos, y hacer florecer sus talentos, ya que todos tenemos un lugar y algo que nos hace especiales y únicos.

Es partidaria de implicar a las familias. ¿Qué papel deben tener?

La familia y la escuela representan los dos ámbitos de desarrollo más importantes de nuestros niños y niñas. Hacer que las familias estén en la escuela y por la escuela, debería ser objetivo obligatorio del sistema. Las relaciones fluidas entre ambas partes nos permitirán un desarrollo equilibrado, ecléctico y sobre todo armónico de nuestro alumnado, dando lugar a la construcción de un concepto de identidad fuerte y cimentado. Fijar objetivos comunes, diseñar en equipo la forma de aprender, descubrir y crear juntos, así como caminar en la misma dirección y mirar en el mismo sentido, favorecen la confianza y la adquisición de valores sólidos y claros que fomentarán que nuestros niños y niñas tengan infinidad de curiosidades, ganas de descubrir, de vivir experiencias y de potenciar el máximo número de habilidades y destrezas.

¿Cuál es el primer paso para que se impliquen?

Es importante que las familias sientan que forman parte del proceso y que son protagonistas de lo que acontece en el aula. Desde la primera reunión, trato de integrarlas haciendo que se sientan piezas clave en el proceso educativo de sus hijos e hijas, destacando que no podemos entender que convivimos en contextos y entidades distintas, sino que construimos en común y formamos un ente coordinado, consensuado y equilibrado, que nos permitirá lograr el mayor número posible de aprendizajes, así como el desarrollo de habilidades y destrezas de manera natural y divertida. Compartir objetivos comunes y reescribir el sentido de una escuela abierta a la vida, nos dará como primer punto de partida una misma línea de actuación y, como consecuencia, la firma de una alianza de respeto, inclusión y colaboración. La actitud de acogida, la cercanía en el trato y el uso de palabras maravillosas y a la vez cercanas, naturales y que enfatizan el lado emocional de la escuela, nos ayuda a empezar a caminar en la misma dirección, sin olvidar el cometido y la función vital de cada una de las partes.

¿Cómo pueden participar en el día a día de la escuela y del aprendizaje de los niños y niñas?

Trabajar por proyectos nos permite que las familias puedan participar de forma directa y activa en el desarrollo de los mismos. Es importante comenzar planteando el proyecto a trabajar, que ya desde sus inicios será tarea del equipo al completo. Cada proyecto se convierte en un reto que implica responsabilidad, trabajo en equipo y la necesidad de coordinarse, para que todo el entramado pueda tomar forma y convertirse en el medio natural de aprendizaje de nuestro alumnado. Desde la ambientación del aula, hasta el desarrollo de talleres y exposiciones que cada niño/a prepara con su familia en casa y comparte con sus compañeros en clase, hasta las situaciones de enseñanza-aprendizaje, las experiencias creadas y la reflexión constante a que nos sometemos, vienen a evidenciar que aprender en equipo es aprender con seguridad, con emoción, con intención y con calidad.

¿Cómo ha afectado la pandemia a sus clases?

Quizás haya servido para entender que la escuela es puramente presencial y física y que la emocionalidad y el cuerpo a cuerpo son ingredientes necesarios en la práctica docente. Respetando siempre dentro de lo posible todas las medidas de seguridad (ya que trabajo con alumnado de infantil) he tratado de no olvidar lo más importante, que no es otra cosa que la emoción y la afectividad. Como muy bien recoge Manuel Andrades Cordero, “lo afectivo es efectivo”.

En mis clases hemos perdido la presencialidad de las familias por las restricciones, el uso de los espacios externos, que de manera libre antes podíamos abordar y ahora están meticulosamente organizados y estructurados para usarse por turnos y, en momentos puntuales, el acceso a aprender con agentes externos al centro y que aportaban riqueza y vida a la escuela, así como la libertad de movimientos. Pese a todo, me he preocupado muchísimo de que no se pierda la esencia de la emoción, del aprendizaje basado en estímulos, experiencias, vivencias… en aprovechar todo tipo de recursos que nos emocionen y nos impulsen a lograr el objetivo más importante en la escuela: ser felices.

La pandemia también ha traído la publicación de su cuento “Un virus llamado amor”. ¿En qué se inspiró?

Este cuento nace en el confinamiento, como consecuencia de muchas conversaciones con mis niños y niñas, con mi familia y mis amigos. Todos compartían el miedo a la situación y a un virus que de repente nos había precintado la vida, además de la incertidumbre.
Empezaron a salir muchos cuentos sobre el coronavirus y todos estaban enfocados a su dureza y a la lucha contra él. Pese a ser un momento duro y delicado para el planeta, decidí darle la vuelta y sacar la parte positiva que nos estaba regalando y de la que no éramos conscientes. La vida nos había invitado a parar y a disfrutar de las pequeñas cosas, a saborear momentos y situaciones que con las prisas y el estrés de una vida anterior, no teníamos la posibilidad de aprovechar y exprimir.

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