24 de agosto de 2017

“La escuela es una parte de la vida, no es la vida”

g21Gregorio Luri (Navarra, 1955) es autor de libros como «Mejor Educados», o «La Escuela contra el Mundo». Estudió magisterio en Pamplona y se licenció en Ciencias de la Educación en la Universidad de Barcelona, donde también se doctoró en Filosofía. Ha trabajado como docente en todos los niveles de la educación, desde la escuela a la universidad. Hace poco asistimos a su conferencia en el evento de Gestionando hijos en Barcelona y después de escuchar su interesante intervención hemos hablado con él para saber más sobre sus puntos de vista.

Usted defiende que no existan los padres ni los hijos perfectos. Suponemos que tampoco espera profesores perfectos. Pero, ¿cómo debe ser un buen profesor en su opinión?
Lo que caracteriza a un buen profesor es su capacidad de impregnación. Pero esta capacidad tiene más de arte que de ciencia. Hay muchos modelos de profesores, pero los buenos poseen esta característica. Una anécdota: cuando yo comencé a ejercer de maestro era partidario de la recuperación del activismo pedagógico. En la clase de al lado había una maestra que estaba a punto de jubilarse y que aparentemente representaba todo lo pedagógicamente caduco. Sin embargo, poco a poco fui comprendiendo que esa maestra que tantas suspicacias me creaba era una maravillosa profesional porque, hiciese lo que hiciese, todo lo impregnaba de dignidad y cualquier actividad que planteaba, sus alumnos la asumían con un entusiasmo extraordinario. Para mí aquél fue el primer contacto con la realidad. Era un modelo radicalmente distinto al mío, pero fui consciente de que tenía mucho que aprender de él.

La actitud es clave…
Sí, pero no es fácil programarla. Asistes a una conferencia, a una tertulia o una cena de amigos y no sabes muy bien cómo aparece esa chispa de la conexión, del entusiasmo, del interés y de la participación que hace que todo resulte dinámico, que el tiempo pase volando y que el encuentro sea inolvidable. En cambio, en otras ocasiones cada segundo dura una eternidad y tu atención a la mínima se escabulle. ¿Qué es lo que permite la creación del primer ambiente? Si lo supiéramos, ya lo estaríamos creando en las aulas.

¿Cómo definiría a los niños de hoy?
Para definir a los niños de hoy hay que caracterizar bien el presente. Los rasgos más significativos del mismo son, a mi modo de ver, los siguientes: (1) la modificación del sentido de lo moderno, que ha pasado de ser una referencia cronológica (lo hodierno) a cargarse axiológicamente, de manera que hoy lo moderno es un valor; (2) la concepción del Estado como un hotel en el que tenemos derecho a ser bien atendidos y (3) el fomento de una autonomía sin orientación precisa. Todo esto se refleja claramente en el comportamiento del niño, que tiende a confundir el “yo quiero” con el “yo tengo derecho a” y cuando esta relación no se cumple, se siente tratado injustamente. En nuestros niños se está acortando la distancia entre la emergencia de un deseo y su satisfacción. Pero el mantenimiento de la distancia es imprescindible porque en ella se desarrolla el pensamiento estratégico y arraiga el dominio de sí. Los comentarios reincidentes de los profesores versan sobre estas cuestiones.

¿Por qué ocurre esto?
Las cosas siempre ocurren por algo. En este caso podemos considerar la cultura de masas, la publicidad, el consumismo, la ampliación de los límites culturales de la adolescencia, el auge del emotivismo, etc. Estamos asistiendo a la hegemonía de lo emotivo sobre lo racional. Para muchos esto es una ganancia, pero a mí me parece una pérdida notable. Las emociones, como los deseos, necesitan de algún criterio orientador ya que abandonadas a su suerte tiran de nosotros en direcciones opuestas. Parece que, frustrados porque no podemos democratizar la inteligencia, nos empeñamos en democratizar las emociones.

¿Qué papel cree que deberían tener en el aula las nuevas tecnologías?
Es uno de los temas más complejos que se le plantean hoy a la reflexión educativa. Primero porque la evolución de las nuevas tecnologías es muchísimo más rápida que nuestra capacidad para evaluar sus consecuencias. Segundo, porque hay una fiebre innovadora, estimulada por las grandes compañías tecnológicas, que nos impulsa a introducir en las aulas el último aparato, pero sin saber si eso que estamos introduciendo es una maravilla o un caballo de Troya. Lo hemos visto con los smartphones.

Entonces, ¿cuál es su opinión?
Las tecnologías, en general, son prótesis antropológicas que amplifican, para bien y para mal, lo que cada uno es. No son ellas las que afectan al desarrollo cerebral, sino que es la inteligencia personal la que decide el uso de las nuevas tecnologías. Por ejemplo, aquellos alumnos que tienen un cierto control sobre su capacidad atencional encuentran en internet una ingente cantidad de recursos, mientras que los alumnos que carecen de control sobre su capacidad atencional encuentran en internet un estímulo para su dispersión. Veo esto con claridad, pero lo que llega a las aulas es una incitación permanente a acoger con los brazos abiertos cualquier tecnología de última hora.

¿Es determinante el entorno familiar del niño en sus resultados académicos?
Por los datos que tengo y los estudios que conozco, la estimulación intelectual en cualquiera de sus formas únicamente tiene resultados si es constante. No tiene mucho sentido realizar actividades de “brain gym” una o dos veces por semana. Si la estimulación ha de dejar un residuo consistente, el niño debe vivir en un medio intelectualmente estimulante. El caldo de cultivo de los estímulos intelectuales es el lenguaje. Hay niños de familias culturalmente pobres que escuchan alrededor de 600 palabras por hora y hay niños de familias culturalmente complejas que escuchan tres veces más palabras por hora. Cuando esos niños llegan a la escuela se encuentran en situaciones totalmente diversas ante el lenguaje académico. Lo que hay que ver es si la escuela es capaz de compensar o no esas diferencias. Para mí es el problema esencial de nuestra educación, más allá de los debates de moda que tanto tiempo nos consumen.

¿Y lo está compensando?
Sin duda no. Solo hay que ver que en cuarto de primaria podemos prever con bastante exactitud los índices de abandono escolar.

¿Hasta dónde llega el papel de la escuela y profesores y el de los padres en la educación de un niño?
El tiempo que un niño pasa en la escuela no supera el 15% de su tiempo anual. Es un dato elemental que tendemos a olvidar. No quiere decir que algunos profesores no tengan una incidencia decisiva en la vida del niño. Todos hemos conocido profesores que nos han marcado en una hora decisiva de nuestra vida. Ahora bien, la escuela es una parte de la vida, no es la vida. La vida del niño se desarrolla en una variedad de ámbitos y en cada uno de ellos aprende algo. La escuela es sólo uno de ellos. Las familias se han dado cuenta, comienzan a asumir su responsabilidad sobre la trayectoria educativa de sus hijos, entendiendo que la escuela es sólo una parte de la misma. Por eso 9 de cada 10 niños hacen actividades extraescolares y la mayoría, más de una. Los que pueden, viajan en verano al extranjero a aprender idiomas, etc. Cada vez más, las familias están intentando completar la formación escolar con conocimientos extraescolares. Tengo la sensación de que el auténtico cambio educativo se está produciendo en los márgenes de la escuela.

Pero hay familias que no se pueden permitir las actividades extraescolares, por ejemplo.
Por eso la escuela debe plantearse seriamente cómo puede compensar las diferencias culturales familiares. Habrá que ver si el sistema público de educación está capacitado para dar respuestas concretas a las necesidades de las familias más humildes o si se seguirá contentando con ofrecerles ideología. Hay que repensar la escuela de acuerdo con las necesidades de los alumnos, no de los prejuicios ideológicos de algunos teóricos de la educación.

¿Alguna idea?
Necesitamos dos cosas. La primera, un libro blanco que nos haga una radiografía detallada y sincera de nuestros déficits educativos. La segunda, abrir las escuelas de manera que puedan dar respuesta a las necesidades reales de las familias, sin ningún complejo a la hora de ofrecerle al que más lo necesita, más posibilidades de aprendizaje.

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